Vejez y sociedad multicultural
Cuando se busca la definición de la vejez y el proceso de envejecimiento, referido a seres vivos, en diccionarios y enciclopedias ésta suele referirse a los aspectos biológicos, así la vejez es la calidad de viejo, está asociada al deterioro físico y psíquico, y se refiere al último periodo del ciclo vital. Si se reúnen las distintas definiciones, desde un punto de vista biologicista, la vejez aparece como resultado de un proceso de envejecimiento, entendiendo este último como el conjunto de modificaciones inevitables e irreversibles que se producen en los seres vivos cuyo final es la muerte.
Pero una cosa es la definición de la vejez y otra es su conceptualización, qué es lo que significa para nosotros, y qué es lo que se asocia a este término. Y es aquí donde encontramos una gran diversidad y relatividad en cuanto a elementos y concepciones respecto a qué es lo que engloba este concepto, ya que proceso de envejecimiento no es igual para todos los seres humanos ni en todas las épocas históricas. Recuerdo el capítulo de un libro medieval que empezaba diciendo algo así como: "había un viejo de pelo y barba blanca, de unos 40 años, sentado bajo un árbol". Creo que este es un buen ejemplo de cómo la vejez, el concepto de vejez es relativo al tiempo, la época, el contexto, la cultura en la que uno vive y se desarrolla. En esta breve frase se puede apreciar muy bien la relatividad de los conceptos que se barajan al hablar de este tema. El fragmento que he citado que corresponde a una época muy concreta, el periodo medieval, en el que las tasas de mortalidad eran muy elevadas y la esperanza de vida rondaba los 30 años, los pocos que superaban esa esperanza media eran considerados ancianos y, en cierto modo, sabios en virtud a los conocimientos acumulados a lo largo de su trayectoria vital.
En la actualidad, en países como España, que poseen uno de los índices más elevados de esperanza de vida del mundo, 82 años para las mujeres y 75 años para los hombres, o en otros países en los que la media se sitúa en torno a los 75 años, se considera viejos a personas que están muy por debajo de esa media. ¿A qué es debido esto? Son muchos los factores que influyen, no sólo aquellos estrictamente demográficos y vitales, como el descenso de la tasa de mortalidad o el envejecimiento progresivo de la población.
Desde hace unas décadas se está engendrando un cambio en cuanto al concepto de ancianidad, así como al trato y consideración hacia estas personas. Del respeto y la deferencia hacia ellos en el pasado, en tanto que poseedores de conocimiento, hoy en día son tratados, en muchas ocasiones, como niños o menores de edad social porque "chochean", es decir, porque tienen sus facultades mentales disminuidas, si bien ante esto uno se pregunta hasta qué punto esta reducción de su capacidad mental es consecuencia del proceso de envejecimiento y hasta qué punto es debida a la falta de uso de la misma por asumir ellos mismos las características que la sociedad adjudica a los ancianos. La sociedad, los medios de comunicación de masas los muestran jugando al dominó o a las cartas en los centros de jubilados, o cuidando a los nietos como actividades "propias" de su edad, mientras que se presentan como excepcionales actividades que no tienen por qué serlas, por ejemplo la asistencia a centros de adultos, la utilización de las nuevas tecnologías, la apertura de cibersalas destinadas a la "tercera edad", cuyo único requisito para entrar es tener más de 65 años, o mostrar a los ancianos embarcados en diversas aventuras deportivas o intelectuales. De modo que no solo se les está negando la capacidad de sus facultades sino hasta la ilusión.
Se considera a los ancianos como personas que no saben, se podría decir que se les asigna estatus carente de roles definidos en la sociedad contemporánea, desplazándolos también de este modo de los sistemas de control y de poder, que pasan a manos de los "jóvenes", a los que se atribuye mayores conocimientos académicos o técnicos en razón de los rápidos cambios que está viviendo nuestro mundo. Recuérdese, por ejemplo, la denominada generación wasp, que una conocida marca de automóviles adoptó en un anuncio publicitario bajo el eslogan "joven aunque sobradamente preparado"; o bien los procesos de rejuvenecer las plantillas de las grandes empresas favoreciendo, o forzando, la jubilación anticipada a personas en torno a los 50 años.
Si se considera a los viejos desde un punto de vista económico, jubilados y asilados, se convierten en la práctica en personas de segunda categoría en tanto que ya no son productivas ni van a producir en el futuro. Se les considera una carga para las arcas públicas aunque, políticamente, se mejoran sus pensiones y la asistencia social que tienen derecho a percibir en función del voto que se espera conseguir de ellos. Asimismo en si atendemos a su posición social se habla del "viejo del pueblo" en unos casos (con una cierta carga peyorativa) y del "anciano" o persona de edad (edad, término indefinido y difícilmente asible) cuando se refiere a alguien de clase alta o con un alto poder adquisitivo. No es lo mismo un jubilado que un asilado en el imaginario popular.
Pero no solo eso sino que, incluso, palabras como viejo o anciano están desapareciendo casi de nuestro lenguaje siendo sustituidas, sobre todo en los medios de comunicación de masas y en el lenguaje "políticamente correcto", por expresiones como "tercera edad" o "nuestros mayores". En Hispanoamérica se utiliza el eufemismo de "adultos mayores". Esto, en el ámbito simbólico es muy significativo, sobre todo por lo que supone de ocultación de la realidad, de marginación, es decir, como forma de exclusión social asociada al concepto de "retiro".
Teresa San Román, en su libro de 1989, Vejez y cultura, considera que el proceso de marginación en la vejez "consiste en la progresiva exclusión de los ancianos de los de los espacios y recursos comunes, que se acompaña y alimenta por una formación ideológica que da soporte racional y justifica moralmente aquella suplantación como una negación de acceso atribuible a una supuesta incapacidad personal, que implica, en último término, la negación de sus atributos sociales de entidad personal".
Esta negación de sus atributos sociales llega hasta el punto de que en diversos países, especialmente en Suramérica durante el año 1999, declarado por la ONU Año Internacional del Anciano, se hayan propuesto programas al amparo de las organizaciones internacionales de salud, como es la OMS, cuyo objetivo principal es la "integración del adulto mayor", o bien que el jefe de gobierno mexicano, Cuauhtémoc Cárdenas, en ese mismo año hablara de "estimular la reincorporación del adulto mayor a la sociedad". Con esto no quiero decir que esté con contra de estos programas, que no se me entienda mal, tan solo los utilizo como ejemplo de cómo a través del lenguaje puede analizarse cuál es la consideración del viejo en la sociedad actual, tanto a pie de calle como en el ámbito institucional.
En este punto volvemos al principio, a la pregunta de qué se entiende en nuestra sociedad por viejo. Administrativamente se considera que la vejez comienza a los 65 años. Otras definiciones caracterizan a la vejez por una acumulación de trastornos crónicos y pérdida de autonomía funcional. No obstante y debido tanto a la heterogeneidad de este colectivo como al aumento de la esperanza de vida, desde hace un tiempo se habla no ya solo de una tercera edad, sino de una "cuarta edad" para referirse a los mayores de 80 años, a los que se caracteriza como "ancianos frágiles" por su vulnerabilidad. Según el doctor Miralles, del Centre Geriatric del Instituto Municipal d'Asisténcia Sanitaria (IMAS de Barcelona), desde un punto de vista geriátrico "una persona vieja es aquella que, además de su edad, presenta alguna discapacidad física, deterioro mental, una enfermedad crónica o un problema social" (citado en Roset 1997: 1-2), es decir, se le define en razón del envejecimiento físico y al concepto de salud-enfermedad vigente en la actualidad.
"Me llama un anciano de 72 años, por lo del anuncio. Se llama Jaume y por el prefijo sé que es de Tarragona o provincia. Éste me pregunta si soy filipina. He recibido hasta ahora 11 llamadas, contando la de Jaume, todas de hombres y todas pidiendo una criada que se quiera acostar con ellos. Tardo un montón de rato en hacerle entender que soy turca. '¡Ah! Así que eres europea también', se sorprende: 'Hubiese preferido una filipina, son más dóciles'. Luego me cuenta que vive en una casa enorme con una fachada de piedra, que los turistas siempre fotografían. Le pregunto el nombre del pueblo, pero no me lo dice. Lo que me dice es que iremos a la Costa Brava de excursión, los dos. Con éste no hace falta fingir ni el mínimo acento. Me pagará 60.000 pesetas al mes, dormiré allí, tendré un día libre a la semana. 'Son las tarifas', me hace creer. 'Un viejo solo que no esté enfermo son 60.000. Si fuesen dos viejos, serían setenta, si fuesen tres, ochenta...'. De lo que deduzco que para poder vivir tendría que cuidar a siete u ocho ancianos (sanos).
'No busques más, son las tarifas habituales', insiste. Y luego, me promete que si soy honrada me dará un premio. 'Yo tuve a una dominicana (ésas son unas vagas) y un día que fui al restaurante a comer me robó el carné de identidad, para hacerse papeles para ella y para toda su familia', desvaría. 'Si me robas tendré que denunciarte como a ella. Yo he sido inspector de la Renfe, te lo advierto'.
Jaume me anuncia que al día siguiente cogerá el Catalunya Exprés y a las diez estará en la estación del paseo de Gracia. Nos encontraremos en la parada de los taxis. Como detalle hacia mí, me dice que vendrá con un gorro 'árabe' en la cabeza, que le regaló un amigo musulmán. 'Así me conocerás y yo te abrazaré y te daré un beso', me promete, cosa que ya me asusta un poco.
Al día siguiente, cuando nos encontramos, no sé muy bien cómo, el hombre empieza a hablarme de sexo. Me cuenta que él 'ya no puede hacer el amor', pero que sin embargo le gustan los vídeos pornográficos y la educación sexual. Al rato ya me está contando cómo se pone un preservativo. Que la persona para la que trabajarás te empiece a hablar así, cuando te acaba de conocer, de verdad que da mucho miedo. Una mujer sin papeles podría desaparecer en esa casa de piedra, y ¿quién la buscaría? ¿Quién me ayudaría si este hombre me hiciera daño? En un momento dado, Jaume me empieza a sobar de arriba abajo, con unas manos muy fuertes, como agarrotadas, y cuando quiero quitármelo de encima, cuando le digo que me deje, me amenaza con denunciarme y grita que le he robado. Todo el mundo me mira. Salgo corriendo" (Publicado en temas de portada de El País, con fecha 25 de febrero de 2001).
Este texto relata, como se ha dicho, la experiencia de una periodista, y constituye un buen reflejo de algunas situaciones a las que se enfrentan las mujeres inmigrantes en su búsqueda de empleo como es la prostitución encubierta que ofrecen algunas personas y que hace que en muchas ocasiones las inmigrantes desconfíen de trabajar en una casa donde hayan varones, y en caso de que los hayan busquen la forma de no quedarse nunca con ellos a solas en la casa. Este artículo está escrito a modo de denuncia de estas situaciones que ocurren, y más si son mujeres, al tiempo que rompe algunos estereotipos asociados a la vejez.
En primer lugar el texto se refiere a una de las estrategias utilizadas por las mujeres inmigrantes recién llegadas a este país en la búsqueda de un empleo digno, como es el anunciarse en los periódicos ofreciéndose para el servicio doméstico. No obstante el desconocimiento de los códigos culturales de la sociedad de destino les lleva a encontrarse con situaciones, cuando menos, desagradables. El poner un anuncio por palabras en un periódico se asocia, en muchos casos, al ofrecimiento solapado de servicios sexuales, de ahí que no sea sorprendente que la mayoría de las respuestas que recibe la periodista en su papel de inmigrante sean hombres que buscan, esencialmente, una compensación sexual al sueldo que pagan, es decir, un tipo de prostitución.
Este caso concreto además se puede una reflexión que atañe a la sexualidad de los ancianos. Muchas de estas mujeres inmigrantes optan por el cuidado de ancianos no solo por la posibilidad de tener un lugar donde residir, al tiempo que sus gastos se reducen y pueden enviar dinero a sus lugares de origen, sino también por la creencia generalizada de que los ancianos no mantienen relaciones sexuales y que sus deseos están muy atemperados por lo que, en un principio, se sienten más seguras en este tipo de trabajo. Sin embargo, como se ha visto la realidad puede ser diferente, ya que los lugares comunes sobre la vejez y su falta de sexualidad son estereotipos, y no siempre coinciden con la realidad. Si bien en este relato la actitud del anciano se equipara a la del estereotipo de "viejo verde" que siempre ha existido en nuestra sociedad y que cambia a la jovencita inalcanzable de su sociedad por la inmigrante más accesible en teoría.
No obstante, los inmigrantes no solo se ocupan de los ancianos en sus casas. El envejecimiento progresivo y el cambio estructural de la sociedad, provoca un aumento del número de personas que requieren ser internadas en residencias de ancianos y de sus problemas, como es el surgimiento de geriátricos privados que a veces escapan al control. En estos lugares no es infrecuente encontrar inmigrantes extranjeros trabajando, como se ha puesto de manifiesto recientemente en el caso de las dos residencias cerradas en septiembre de 2001 en Colmenar Viejo, Madrid, en las que los trabajadores eran inmigrantes suramericanos en situación irregular característica que, junto a la falta de cualificación específica y el cuidado según sus tradiciones culturales, comparten con los anteriores. En este caso, y según las noticias difundidas por la televisión el día 29 de septiembre de 2001, los inmigrantes se quedaron sin trabajo, y de los 40 ancianos que estaban alojados en ellas 12 no tenían ningún tipo de familia, y de otros 12 sus familias manifestaron no querer hacerse cargo de ellos por lo que todos ellos fueron realojados en otras residencias de la comunidad de Madrid. Datos éstos que también deben llevar a la reflexión tanto sobre la situación en la que se encuentran muchos ancianos, como sobre la desestructuración familiar y el cambio de los valores en la sociedad española contemporánea.


Con lo dicho hasta el momento se aprecia que el tema de la vejez puede ser tocado desde distintas perspectivas, siendo un concepto muy relativo. Se puede hablar del concepto social del tiempo, del papel de los ancianos en la vida de las comunidades a lo largo de la historia, atendiendo a su influencia en la vida pública y en la organización política de las distintas sociedades a lo largo del tiempo. Se puede hablar sobre las distintas teorías acerca de la vejez, partiendo de que ésta es una construcción cultural, de los diversos estereotipos sobre la vejez según las distintas culturas, etc., incluso desde un punto de vista más novedoso se puede abordar el tema de la vejez como patrimonio y de los ancianos como fuentes patrimoniales.
Cuando me propusieron tratar el tema de la vejez hice una pequeña revisión en algunos medios de comunicación de masas, y encontré que, entre los distintos temas que se tocan en las noticias nacionales españolas, hay unas cuantas cuestiones recurrentes desde hace cierto tiempo, como son la baja natalidad española con lo que conlleva de envejecimiento de la población, los ancianos y la inmigración. Estas materias, como se verá a lo largo de mi exposición, están relacionadas.
Durante el siglo XX, España ha vivido un momento clave en su evolución demográfica, en el que la población ha crecido en un 7 por mil, si bien este incremento de población no ha sido uniforme. Los picos de mayor crecimiento se encuentran en la década de los años 20 por una parte, y entre 1960 y 1975 por otra. A partir de mediados de los 70 el crecimiento de población ha ido disminuyendo progresivamente, hasta alcanzar los mínimos del siglo a finales de éste, con un crecimiento de tan solo el 2 por mil. Características del momento demográfico en el que estamos son el envejecimiento progresivo de la población, actualmente el 17% supera los 65 años de edad, una pérdida de peso relativo de la población inferior a los 15 años, una alta esperanza de vida como ya se ha mencionado, una caída de la tasa de nupcialidad y un descenso espectacular de la tasa de natalidad que nos sitúa en el país con la tasa de natalidad más baja del mundo.
Una de las consecuencias de este envejecimiento de la población es el aumento de la tasa de dependencia. Determinados estudios demográficos, como los que se han realizado desde el Centro de Estudios Demográficos de la Universidad Autónoma de Barcelona, estiman que en 2026 la mayoría de la población dependiente será mayor de 65 años, aproximadamente un 58% de la población total con lo que esto implica, como son las repercusiones sociosanitarias de esta nueva situación de aumento de costes sanitarios y sociales, y el aumento de capital social que se debe destinar a la población anciana.
No obstante, y a pesar de este envejecimiento y de la baja tasa de natalidad de los españoles la población sigue creciendo, ello es debido, fundamentalmente a dos factores: por una parte el crecimiento vegetativo propio de la población y por otro lado la llegada de inmigrantes.
Los flujos migratorios que se han venido produciendo hacia nuestro país han contribuido positivamente al aumento población. La llegada de suramericanos desde finales de los 70 y sobre todo el fuerte ascenso de la migración magrebí y del África subsahariana desde los años 90 son muy significativos. No tanto por su peso específico en la población total española, ya que representan apenas el 2% de la población total, sino por lo que suponen de reemplazo generacional. Ya que se trata de una inmigración compuesta por una población joven, activa laboralmente y con tasas relativamente importantes de fecundidad, más altas que las de la población española.
El perfil del inmigrante en la actualidad es el de una persona joven, de entre 20 y 45 años, entre los que predominan los varones. Si bien entre este colectivo, a nivel nacional, priman los solteros, son cada vez más los casados, muchos de los cuales viven en familia o bien están en trámites para la reagrupación familiar. Los inmigrantes residen en las zonas marginales de las ciudades y se ocupan en trabajos inestables para los que, en general, no se requiere una cualificación especial como son la venta ambulante, el servicio doméstico, etc. Trabajos éstos que son los menos solicitados o demandados por los españoles de origen.
En la actualidad una de las ocupaciones menos apreciadas por los españoles, por cuanto implica de inestabilidad y falta de consideración social, es el cuidado de ancianos. Esta labor está quedando prácticamente en manos de inmigrantes extranjeros por motivos económicos, especialmente mujeres en situación irregular. Los últimos datos de la Seguridad Social cifran en cerca de 100.000 las altas en este tipo de ocupación entre los inmigrantes, a éstas se le pueden añadir otras tantas de irregulares. Son las suramericanas, especialmente las dominicanas, y las marroquíes quienes se ocupan de aquellos ancianos que viven solos en sus casas.
El colectivo de ancianos que viven solos es muy heterogéneo, en tanto que lo componen hombres, como mujeres, los hay solteros, viudos y separados, también los matrimonios mayores que viven los dos solos, unos viven en zonas rurales y otros en áreas urbanas. Asimismo son muchas y muy diversas las motivaciones que los llevan a elegir vivir y arreglárselas más o menos solos. En general es más frecuente que sean los ancianos de zonas urbanas los que optan por contratar una persona para que les preste cuidados en sus domicilios. La falta de españoles que quieran realizar este trabajo es uno de los reclamos que utilizan los inmigrantes residentes en este país para traer a sus familiares y amigos como, por ejemplo, relataba una dominicana de 33 años que actualmente cuida a un anciano de 72 años en Madrid. Lo más común es que estas mujeres vivan internas, librando un día o día y medio a la semana. No suelen tener una cualificación especial para este trabajo y, lo habitual es que cuiden a los ancianos siguiendo las costumbres de su país de origen dándoles, en general, un trato más afectivo que las sociedades urbanas actuales, en las que el cuidado del anciano en muchas ocasiones se presenta como una obligación y una pesada carga.
El cuidado de los ancianos es una labor difícil por las diversas situaciones en que éstos suelen encontrarse, asimismo es un trabajo con cierta inseguridad en tanto que cuando el anciano muere el trabajo termina, pero también tiene otras satisfacciones y aspectos positivos más de tipo emocional que material. Es un trabajo que normalmente pasa desapercibido, no por innecesario sino por no ser conflictivo, a la sociedad general. No obstante, este trabajo también tiene su lado negativo, como es la explotación de todo tipo, incluida la sexual a la que a veces son sometidas estas mujeres, como puso de manifiesto una periodista que se hizo pasar durante unas semanas por inmigrante turca que buscaba trabajo como interna en Barcelona. Entre las distintas personas que llamaron para contratarla cuenta el siguiente caso: